Le Palais des Doges, 1881 - PIERRE AUGUSTE RENOIR
Agoniza septiembre entre nubes,
reescribiendo palabras indescifrables
a medida que avanza la noche,
y me adormezco con extraña placidez
mientras escucho y disfruto cada nota
del cuarto movimiento de la Quinta de Mahler.
Evoco la discusión filosófica de Mann,
desmenuzando la belleza en la mirada
del malogrado Gustav Aschenbach,
sentado en su silla frente al mar Adriático,
cuando la inalcanzable juventud de Tadzio
comenzaba a desintegrar su propia vida.
Recuerdo cada uno de los rincones
de extraordinaria belleza de la Venecia
que en tantas ocasiones he callejeado,
desde los pintorescos campiellos interiores
al Ponte Rialto sobre el Canal Grande,
y sentado en el Café Florian de San Marcos.
Muere septiembre
y se cuajan todos los silencios
en esta sinfonía, sin más algazara
que los labios ardientes de esta rosa
que sostengo entre las manos,
reflejándome en el espejo
de un nuevo crepúsculo
al tiempo que un secreto azul
se arrulla en el fondo de mi mirada.