Más de sesenta años arrojados al vacío de una cuneta,
de un viejo pozo lúgubre o de una infernal sima,
sin entierros ni tumbas, sin mármoles ni epitafios,
solos, condenados al frío silencio.
Más de sesenta años de injusto olvido
alimentando rabia y vergüenza,
con el dolor de un llanto hondo y seco
que quiebra hasta romper la médula y la memoria.
Más de sesenta años vagando entre las sombras
sin reposo, sin descanso eterno,
y ahora que por fin podemos enterrar a nuestros muertos
surgen otras crueles brigadas del amanecer.