Jarrón con lirios, 1890 - VINCENT VAN GOGH
Al romper el día se han muerto
los lirios antes de florecer.
Desde la oscura madrugada
los he sentido suspirar y gemir
entre lamentos, enredados
en el sudor de aire cálido
que hostiga mi cuerpo.
Yo, hundido en mi quietud,
entre bostezos y desolación,
sólo he podido contemplar
el retirado rincón del jardín,
donde las maduras cerezas
se diluyen sobre la tierra cobriza
para ser savia de un nuevo árbol.
Y cada lamento, cada gemido,
cada suspiro, sólo es un cuchillo
que se me clava en el costado,
y de mi honda herida
brota un surtidor de lluvia ácida
que anega todo mi cuerpo
y arrasa el paisaje.
Y cada gota de sangre
es el estiércol necesario
para labrar y abonar los campos
de mi alma desolada,
sin dudas, sin dolor, sin desaliento.
Y, sólo entonces, volverán a crecer los lirios
en los surcos de las heridas de mis manos.
Y, sólo entonces, volverán a crecer los lirios
en los surcos de las heridas de mis manos.