La Mujer Durmiente, 1897 - PIERRE-AUGUSTE RENOIR
Aquel amanecer fue distinto.
La tierra entera se tornó escarcha
y tu piel florecía como un almendro,
esparciendo su manto de luz blanca
en los primeros días de febrero.
Tu rostro retoñaba en mi recuerdo
y yo me estremecía de gozo
a pesar de que el día nacía como el cristal,
endeble por el sueño malherido de la ausencia
que fraguaba en mi frágil memoria.
La brisa se colaba por la ventana
y humedecía tu cuerpo aún desnudo,
provocando en mi retina un espectáculo
de sosegada pasión y deseo contenido.
Entonces se rompió la mañana
y no te pude tocar.
y no te pude tocar.