Ni una más,
y ya son miles, miles de almas
en una caracola de negro nácar.
Ni una más,
talada en sus raíces
sin savia de libertad.
Ni una más,
como pétalos ajados
en jardines de asfalto.
Ya, en su vestido de novia,
llevaba hilvanado con sangre
el fuego del infierno.
No es hora de silencios,
ni es hora de palabras.
No es hora de gritos,
ni es hora de rabia.
Es hora,
como escribió Celaya,
de tomar partido hasta mancharnos.