Un
silencio azul y tibio
brota en
la noche negra,
mientras
el aliento
se deshoja
entre las redes
de los
papeles de la nada,
donde la
existencia
sólo es
una roca nevada,
una simple
flor de arcilla
germinada
por las cicatrices
del
aguacero.
Un búcaro
de silencios,
de lirios
y retamas,
arde en la
sangre oxidada
y mi
herida erecta
reposa sobre
la estéril hierba,
donde se
enhebran los fonemas
para
alumbrar las palabras
que
destilan en tu boca
la caricia
del viento.