Paisaje volcánico, 1993 – MIRÓ MAINOU
Se rompió la tierra
y abrió un terrible precipicio
en el brocal oscuro del cerebro.
Todavía mana la sangre
mezclada con coágulos,
y cada afilada grieta
se convierte en un páramo desértico.
La tarde reventó la luz del relámpago
que ardía en las desasosegadas pupilas.
Ahora solo queda esperar con afán
a que muera de una vez este sol
en el horizonte de nuestros labios.
Ya no habrá más tierra,
tampoco sangre queda,
ni tan siquiera agua pura,
tan solo un inmenso pedregal
repleto de escorias negras
entre las cenizas del alma.