“Soy el que es nadie, el que no fue una espada
en la guerra. Soy eco, olvido, nada.”


JORGE LUIS BORGES

domingo, 27 de octubre de 2013

Un haiku sobre mi cara


La hora del rostro resquebrajado, 1934 - SALVADOR DALÍ 

Vuelve la noche
y el rostro de tu ausencia
sobre mi cara.

domingo, 20 de octubre de 2013

Haiku sin sobresaltos


The Embrace - Auguste Rodin

Es sólo en ti
donde mi cuerpo vive
sin sobresaltos.

domingo, 13 de octubre de 2013

Un haiku a flor de piel


Wound detail of hand, 2006 - KEITH PERELLI

A flor de piel,
el nuevo amanecer
entre tus manos.

domingo, 6 de octubre de 2013

Haiku quebrado


Ícaro – OSE DEL SOL

Intrépido Ícaro
volando a pleno sol,
alas quebradas.

sábado, 5 de octubre de 2013

Rayuela


Estudio para cabeza de George Dyer, 1967 – FRANCIS BACON


Son las doce en punto de la noche,
una hora más en el resto de la España colonial.
Mientras me apuro un Caney con Coca Cola,
(últimamente he abandonado la ginebra
por esta ambrosía más libertaria y hemingwayana),
fluyen estos versos sin sentidos.
En el fondo de la memoria late el verbo de Cortázar:
“– era cierto, era maravillosamente cierto -,
 en el suelo o el techo, debajo de la cama
 o flotando en una palangana había estrellas
 y pedazos de eternidad”.
Siempre me gustó Cortázar,
más aún desde aquella mañana del día de Reyes
en que mi hermano me regaló Rayuela
(creo que jamás me ha vuelto a embrujar
otro libro por igual).
Escucho a Piazzolla y su Adiós Nonino,
casi siempre lo estoy escuchando.
Quizás porque me sienta profundamente huérfano,
como se sintió Astor al componerlo.
Quizás porque el resto de mi vida la sienta como un puzle,
entre el cosmos y el caos que se respiran en Rayuela.
Quizás porque tú seas la verdadera Maga de mi vida.
Quizás porque yo no quiera o no me atreva a adivinarlo.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Todo se nos ha ido de repente


Salida de la luna sobre el mar, 1821 - CASPAR DAVID FRIEDRICH

Todo se nos ha ido de repente.
Ya sólo nos queda el recuerdo,
tatuado en la piel de aquel reloj de arena.
   
Todo ha terminado con la última luna de agosto.
Ya no tendremos más oportunidad 
de mirarnos frente a frente,
de sentir y palpar nuestros cuerpos cada noche
mientras escuchamos a la Sutherland y a Tourangeau
cantar el Sous le dôme épais del Lakmé de Delibes.

De nuevo llega otra mañana de septiembre
y comenzamos la rutina de seguir viviendo,
sin darnos cuenta que toda nuestra vida
quedó sepultada para la eternidad
bajo las huellas de aquel reloj de arena.