Recuerdo Venecia
antes de amarla.
Recuerdo sus calles junto a Piazza San Marco,
Cannaregio, San Polo, San Giorgio o la Giudecca.
Recuerdo los puentes Rialto, Scalzi, Sospiri y Accademia.
Recuerdo Lido, Murano, Burano, Torcello, San Michele
con el calor húmedo del mediodía de julio
y las tardes de otoño con tormentas.
Amo Venecia con el Adaggieto de la Quinta de Mahler
y me desplomo en la Playa de Lido ante la belleza de Tadzio.
Siempre amé Venecia, incluso antes del recuerdo,
antes de la lectura de Thomas Mann,
mucho antes de disfrutar del cine de Visconti.
Siempre amaré y recordaré Venecia,
sentado en La Fenice y en Caffè Florián,
o volando la mirada desde la cubierta del barco
al atravesar el Gran Canal.
Y ahora regresa el siroco,
y ya no vive Tadzio ni muere Aschenbach
en la Playa del Hotel de Lido frente al mar.