la fugaz promesa divina
después de atravesar la madrugada,
donde el rocío se hace mansa lluvia
para regar el corazón del verso.
Acabó una vez más el silencio
de los pájaros en la oscura arboleda
y regresa el olor a tierra mojada,
a jazmín y a violetas.
Es hora de cabalgar el horizonte
sobre la soledad azul de la luna.
Es hora de secar las lágrimas
y quemar las viejas heridas de la piel.
Es hora de penetrar en la luz del océano
y desterrar la fragilidad de este amanecer.
Es tiempo de volver a ser raíz,
roca o simple guijarro,
que alumbre el sentido del poema.