Estudio para cabeza de
George Dyer, 1967 – FRANCIS BACON
Son las doce en punto de la noche,
una hora más en el resto de la España colonial.
Mientras me apuro un Caney con Coca Cola,
(últimamente he abandonado la ginebra
por esta ambrosía más libertaria y hemingwayana),
fluyen estos versos sin sentidos.
En el fondo de la memoria late el verbo de Cortázar:
“– era cierto, era maravillosamente cierto -,
en el suelo o el
techo, debajo de la cama
o flotando en una
palangana había estrellas
y pedazos de
eternidad”.
Siempre me gustó Cortázar,
más aún desde aquella mañana del día de Reyes
en que mi hermano me regaló Rayuela
(creo que jamás me ha vuelto a embrujar
otro libro por igual).
Escucho a Piazzolla y su Adiós Nonino,
casi siempre lo estoy escuchando.
Quizás porque me sienta profundamente huérfano,
como se sintió Astor al componerlo.
Quizás porque el resto de mi vida la sienta como un puzle,
entre el cosmos y el caos que se respiran en Rayuela.
Quizás porque tú seas la verdadera Maga de mi vida.
Quizás porque yo no quiera o no me atreva a adivinarlo.