
Penetra una explosión
de hebras de luces
por las cicatrices
de mi alma desnuda
y me produce un escalofrío
de espumas y olas ácidas
que hace reventar
miles de volcanes
en el fondo del océano
de mis silencios de acero.
Es un llanto marino,
colmado de salitre,
y de savia de corales
que derriba la espesura
de mis auroras boreales
en las vísperas del otoño
para licuar el ébano
del crepúsculo sagrado,
cubierto de tiernas hojas
y de raíces de marfil.
Sólo perdura el rumor,
en medio de las frías brumas
en este bosque de orquídeas
que renació de las brasas
y de las calcinadas cenizas
de la hoguera nocturna,
a modo de ritual de pasión
para hundirse en el sudor
de la carne trémula
en las astillas de un espejo.