
Te miro
y, cuando estás junto a mí,
como ahora,
te veo más blanca,
más limpia y cristalina,
mucho más cándida.
Sin embargo, cuando la noche
toca a la puerta,
y la mañana
se hace amante
de la tarde,
y nuestros cuerpos
se ensamblan
sin diferencias,
no te veo a ti,
no te busco
ni te deseo.
Sólo, al mirarme
en el suelo,
veo tu sombra.