
Desde el acantilado de la noche
alumbro un sinfín de razones
que se estremecen como una colada
de lava incandescente dentro de mi cuerpo.
Una suerte de inalterables rocas basálticas
germinan el óvulo de este fecundo edén,
donde crecen las ortigas de hojas de terciopelo
que trepan hasta los cráteres de espirales de colores.
Una antigua letanía de osarios emerge lentamente
desde las raíces de los volcanes que habitan
en el silencio de las colmenas de mi boca.
Las ideas siempre se aman y se desaman
sobre la fría culata de un revólver vacío,
sembrando fonemas que cosechan versos estériles,
sin parir melancolía ni engendrar ausencia,
sin forjar soledades ni generar olvido,
solo fraguando simientes de barro para el futuro.