
No hay nombres que vuelen al amanecer
ni se alumbran versos en el estéril vientre.
No quedan palabras henchidas de aire
ni profundos silencios de antiguas derrotas.
Ya no queda otro tiempo
que el que habita en el latido de la noche.
El desierto recorre palmo a palmo
cada trozo de la piel,
dejando la estela de un río seco
que solo sueña con el estuario
para ser agua en las entrañas del océano.