se eclipsa un mar de amapolas
que nos balancea en el silencio
como dos barcas a la deriva.
Es tan necesario este sueño
que la inmensidad del océano
penetra por los poros de la piel
y se desnuda en nuestras retinas.
Ya no nos habita la mar,
sólo somos errantes orillas
que navegan en la fugacidad
de un deseo contenido.
Somos jacintos adormecidos
sobre este verso sin germinar
que se alumbrará en jardín florido
en el vientre de nuestras manos.